4 cosas que solo aprendes si juegas al pádel

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Jugar al pádel tiene muchísimas ventajas, más allá de que te lo pases bien, mejores tu forma física, etc. Hay algunas cosas que solo descubres cuando coges una pala, te metes en una pista y te pones a sacar pelotas de la esquina, a correr como un loco cuando la bola pega en la pared o luchar por meterle el mayor efecto del mundo a un golpe.

Algunas de las cosas que consigues aprender cuando eres un papelero son:

1. Tus muñecas y rodillas existen. Algo tan poco utilizado de nuestro cuerpo se vuelve vital para nosotros. Partes que seguro no salvaríamos si tuviéramos que elegir, son imprescindibles para jugar bien al pádel.

La muñeca es vital para hacer buenos golpes, manejar tu pala, evitar lesiones o incluso protegerte de pelotazos. Las rodillas son importantes para los cambios de ritmo y dirección; es decir, para llegar a la bola sin tener que tirarse como Rambo para alcanzarla.

2. Tienes una vista de lince. Algo que aprendes cuando te va esto del pádel es que tu vista es realmente increíble. No importa que te tape la cinta, que estés mirando a otro sitio o que la pelota ni si quiera haya tocado el suelo: tú ya la has visto buena o mala, dependiendo de la situación.

No necesitas discusión, ni repetir el punto: la pelota se ha ido y se acabó. Porque tú lo has visto. Y no hay más que hablar.

Esta vista de lince, esta manera de visualizar todos los ángulos posibles de la pista, solo se consigue dentro de una pista de pádel. ¿Comer zanahorias? Por favor… nada como un buen partidito para salir con los ojos de un superhéroe.

3. La amistad dura hasta que vas perdiendo. Este deporte te ayuda a comprender lo débil que es la amistad y el buen rollo. Todo son risas y bromas hasta que el partido se pone serio y te ves dos juegos abajo. Ahí ya no hay cachondeo, sino máxima tensión. A veces incluso tienes que exprimir al máximo esta nueva visión periférica infalible para definir determinados puntos polémicos.

Después del partido, dependiendo del tipo de jugador de pádel que seas, vuelve la amistad y todo está OK. Pero mientras estamos jugando no se perdona medio golpe.

4. Celebrar antes de tiempo te cambia la cara. Momentazo típico de pádel: te sale un buen golpe, crees que es definitivo, porque has utilizado tu vista de lince, tu espíritu competitivo, tus muñecas, las rodillas…

Es un puntazo y lo sabes; lo tiene todo: efecto, potencia, colocación… Y lo celebras. Gritas. Te das la vuelta. Levantas el puño. Miras a tu compañero. Te sientes fuerte, imbatible, orgulloso. Sabes que está ganado.

Pero no.

El rival, contra todo pronóstico, se saca de la nada un nuevo golpe que, quizás, no sería nada del otro mundo, y cualquier podría haberlo devuelto con relativa facilidad. Pero tú estás a otra cosa. Esa celebración ficticia deriva en una expresión facial, lo que viene siendo un ‘careto’, que bien merece una fotografía a todo color expuesta en el museo.

Pues a esto también nos ayuda el pádel: a descubrir el increíble mundo de las expresiones humanas ;)

Y a ti, ¿qué te ha enseñado el pádel?

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